FIRMAS: David Gistau, PG. Cuartango, S González, A Romero, R del Pozo, LA Villena, C Rigalt,

La infinitud del tiempo
TODAS las preguntas que cualquier individuo puede hacerse se resumen en una: ¿Qué es el tiempo? De la respuesta a esta cuestión depende el sentido de nuestra vida.He desarrollado a lo largo de mi existencia una percepción dolorosamente consciente del paso del tiempo, hasta el punto de que me despierto de madrugada y tengo una noción casi exacta de la hora qué es sin mirar al reloj. Pero eso sólo guarda relación con la medida del tiempo y no con su esencia intrínseca. El filósofo francés Bergson sostenía que la vida es «duración», o sea, la sensación subjetiva del transcurso del tiempo que cambia con la edad.
Lo que yo me he preguntado muchas veces es por el origen y el final del tiempo, si es que el mismo concepto no es una categoría subjetiva del conocimiento, una forma a priori, como creía Kant. Albert Einstein corroboraba parcialmente esta tesis más de cien años después al afirmar que el tiempo es una variable relativa a la masa y la velocidad del observador.
Brian Greene, profesor de física y matemáticas de Columbia, sostiene en La realidad oculta que el tiempo es infinito porque está ligado a una serie de universos paralelos que se crean, se expanden y se destruyen. Según la concepción de Greene, el tiempo sería como un recorrido circular sin principio ni fin en infinitos universos regidos por las mismas leyes de la física y de la materia. Esos universos serían esencialmente iguales al que podemos observar con nuestros sentidos y albergarían -según el cálculo de probabilidades- copias idénticas de nuestro planeta y de sus habitantes.
La idea del tiempo en este marco conceptual, muy ligado a la física cuántica, implica que los individuos somos un mera combinación casual de moléculas que se produce en un instante de la eternidad y en uno de los millones de universos que existen.
Vivimos a lo largo de una fracción infinitesimal de tiempo que nada significa en un universo en el que podríamos estar viajando billones de años a la velocidad de la luz sin llegar a sus confines. Y además jamás lograríamos mantener ningún tipo de contacto con esos millones de mundos paralelos que existen en diferentes dimensiones.
Stephen Hawking y otros físicos defienden una idea muy parecida del cosmos a la del profesor Greene. Todos ellos hablan de una fuerza gravitatoria negativa que sería el origen de múltiples Big Bangs. Pero lo que me interesa resaltar son las consecuencias de esta teoría, que conlleva que el hombre es un mero accidente, producto de unas combinaciones bioquímicas aleatorias en un proceso de duración ilimitada.
Si se piensa que el tiempo ha existido siempre, que siempre existirá y que un billón de billones de años no es nada en el contexto de la eternidad, es inevitable sentirse abrumado. Somos, por tanto, un rayo de luz que brilla durante un momento en la oscuridad de un mundo sin límites.Ello me produce angustia pero también alivio porque todo pasa a ser empeño inútil en ese magma en el que existimos como un capricho de las infinitas combinaciones de la materia.
El largo aplauso
EL MOMENTO político más significativo de la semana será ese aplauso sostenido, larguísimo, aderezado con algún «¡Viva el Rey!» gritado en los escaños de la derecha, con que el Parlamento recibió a los Reyes y a los Príncipes de Asturias. Es cierto que algunos diputados con vocación de asterisco, aunque respetuosos al ponerse en pie, se abstuvieron de batir palmas para no rendir la actitud. Tal hizo Cayo Lara, que permaneció con los brazos cruzados, muy oscuro con su cuello alto de bistró existencialista. Pero la mayoría quiso convertir la matinal parlamentaria en una terapia de adhesión al Rey, a quien se le ha quedado un andar algo desacompasado y consintió que la emoción le aflorara como un rubor ante esa ovación que parecía no ir a terminar jamás.Sólo faltaba que el presidente del Congreso enfatizara las deudas contraídas por el pueblo español con su Monarquía para que se ahondara aún más la sensación de auxilio. Ayer se hizo más evidente que nunca el daño que un balonmanista despro-visto de códigos personales ha hecho a una Corona que, según la historia oficial, atrave-só intacta incluso golpes de Estado. Como también se hizo explícito ese zafarrancho de lealtad institucional que, una vez sea purgado el yerno, permitirá a la Monarquía salir reforzada de aquello que pareció un punto de inflexión hacia su decadencia. El de Urdangarin quedará como un caso particular que, por comparación, hará más honrados a los otros. Y además consagrará la imagen de un Rey capaz aun de cauterizar a seres queridos por el bien general. Eso dirá la historia oficial, la ovación sostenida, que por otra parte jamás habría permitido que un balonmanista fuera el mismo catalizador de enojos populares que la falsa trama del collar de perlas de María Antonieta.
Como el Rey también recordó a la clase política la falta de confianza en las instituciones, el de ayer fue un acto endogámico de reparaciones y estímulos mutuos. Un ir a boxes el Estado, un admitirse la herrumbre. Rostros flamantes, los del nuevo Gobierno, pronto arruinados por ojeras y encanecimiento. Tal vez sea una interpretación exagerada, pero sobre la Cámara gravitó una impresión de última oportunidad para todos en una nación que no concederá ya mucho margen antes de derramarse en nihilismos.
Mientras, en el salón de los Pasos Perdidos, el Rey posaba encantador junto a las groupies de la Monarquía, cual Mick Jagger, y de vez en cuando se le cuadraban hombres con ínfimas muescas marciales en la solapa que traían un sabor antiguo. Y a nosotros, ¿qué nos corresponde hacer, además de ser cáusticos como cuando sólo importaba la frase? Para empezar, Toni Cantó ya se ha puesto corbata, afeándonos el Peter Pan desaliñado que no puede consentirnos este tiempo.
Formato reducido
Ayer se abrieron las puertas grandes del Congreso ante la mirada impertérrita de los dos leones que el maestro Ponzano hizo en 1866 con los cañones capturados al enemigo en la guerra de África, lo cual no debe ser interpretado como echar la legislatura a los leones.Había expectación: Gobierno nuevo, más ligero, y presencia de la Familia Real en formato mini. Eran visibles las ausencias: las Infantas y ese ejemplar de yerno de comportamiento no ejemplar. El Gobierno ocupó por primera vez el banco azul, con inversión lateral del sentido jerárquico. El presidente y la vicepresidenta ocupaban los dos primeros escaños por la derecha, que eran los últimos en las dos legislaturas anteriores, ocupados respectivamente por Cristina Garmendia y Leire Pajín.
El asunto era el hueco. La reducción de ministros ha dejado un hueco de unos cuatro escaños entre el último ministro popular y el sitio que ocupó durante siete años y medio José Luis Rodríguez Zapatero. Podrían haberse esponjado, más espacio para cada ministro, pero tal vez la idea fuera precisamente la contraria: subrayar que ahora están menos para hacer las cosas. También puede ser que les dé yuyu sentarse en el pupitre de José Luis y sus tres vices; sería comprensible, después de todo.
El hueco no queda bien, la verdad, pero el Gobierno, como la Familia Real, parece haber adaptado, para compartir con ella, la máxima del minimalismo que Mies van der Rohe acuñó en la primera mitad del siglo XX: «Menos es más», si entendemos la frase sólo en lo que toca al número de miembros. La desnudez arquitectónica y ausencia de elementos ornamentales del minimalismo no se corresponden con la decoración del hemiciclo.
El Rey hizo un discurso profesional, que era lo que tocaba. Sus discursos siempre dejan insatisfechos a los nacionalistas, tan añorantes del Antiguo Régimen y el pacto con la Corona. También el de ayer, que obtuvo el más largo aplauso de cuantos se recuerdan. Sus señorías, especialmente los del PP, empalmaron con la buena acogida que tuvo en los medios y en las redes sociales su discurso de Nochebuena. La expresión real «la Justicia es igual para todos», que tanto gustó a la peña, sólo explica el fervor de las clases populares si Urdangarin está implícito. Y fue el Monarca y dice que no vale personalizar. Si no es una alusión a su yerno, sólo se trataba de una amable generalidad, y por lo tanto, nada. Ahí tiene el ejemplo de Erkoreka, un nuevo Guzmán el Bueno, que arroja su navajita plateá, pidiendo más caña contra Urdangarin, a pesar de pertenecer a una de las mejores familias de su partido en Vitoria. Su pacto con la Corona fue la boda.
También tuvo formato reducido el desfile militar que clausuró el acto, con batallones de los tres ejércitos, abierto por los gastadores del Regimiento Inmemorial del Rey. Puñetera polisemia, habrá pensado Luis de Guindos. Justamente en estos tiempos, los gastadores tenían que venir los primeros.
El Rey pasa revista
«¿Qué vas a pedir a los Reyes?». «Que se vayan». Así tuiteaban estos días, en las redes, algunos republicanos probando una vez más que para el que no tiene capa tan bueno es el rey como el Papa; hacían burlas sin meterse en el anacronismo y el precio de la Monarquía ni en su desaparición. No parece que vayan por ahí los buchantes o las pancartas. Alguien relampagueó en la Red algo que yo dije por la mañana en Espejo público: «En el belén de Zarzuela sólo quedan los Reyes y el Niño». Y todo esto ocurría cuando se abría la Puerta de los Leones para que entrara, se niegue o se olvide, el primer rey plenamente demócrata de la Historia de España.Claro que resultan como de atrezo los gastadores, los himnos, los alabarderos, los escuadrones e incluso la llegada del Rey en Rolls como si fuera un jeque, pero al fin congregó, con cara de mala hostia y mal dormido, a todo el arco parlamentario, con la excepción de Amaiur y ERC. Cayo Lara, republicano además de campechano y honrado, no faltó a la sesión.
Si una mayoría pide que el Rey se vaya, puerta, camino y mondeño, aunque antes habría que recordar que a algunos monarcas la grandeza les es impuesta y en el caso de Don Juan Carlos la grandeza se la ha ganado y no le viene grande. Demostró saber ser un príncipe entre los lobos cuando era un adolescente y le hacían rezar por la conversión de la URSS. En Las Jarillas se entrevistó por primera vez con Franco. El general hizo lo posible por congraciarse con el niño rubio prometiendo llevarlo a cazar faisanes a Aranjuez, pero la presencia de un ratón bajo el sillón de Franco, según el historiador Charles T. Powell, distrajo a Juan Carlos y apenas prestó atención a sus palabras, arriesgándose a perder el trono.
Tragó, entonces y después, más que un buzo y aunque han pasado 60 años desde entonces, ha sobrevivido entre encías de víboras y alas de cuervo. Como es un intuitivo y un político natural, ha llamado a trabajar para restituir la confianza en las instituciones después de que la indignación haya llenado las plazas. No aludió a la forma de Estado. Sabe que no hay desencanto con la Monarquía parlamentaria sino con la corrupción.
De aquella monarquía hispánica que aterrorizó la tierra, una fuerza telúrica, icónica, enlutada, auto sacramental, no queda más que un rey cansado, melancólico, que se lleva mal con la familia, que da cortes a la Reina y al que ayer los demócratas veteranos miraban con miedo, por si pegaba un resbalón y se caía cuando pasaba revista. Su figura no está teñida de divinidad sino de achaques.
Pero sigue siendo el consenso tácito entre partidos, instituciones y cancillerías extranjeras.
Juegos de guerra en Ormuz
La península de Musandam, una estrecha lengua con la que Omán se burla de Irán, es un sitio ideal para llevar a los niños a disfrutar de los delfines. Desde el pasado sábado la boca del estratégico estrecho de Ormuz tiene una cara más siniestra: hace de escenario para que el inquietante régimen de los ayatolás pueda poner en práctica sus juegos de guerra. La armada iraní, según Teherán, llevará a cabo 10 días de ejercicios en el lugar por donde pasa casi la mitad del crudo mundial.Arrasada la embajada británica en Teherán, la dictadura islámica de Ali Jamenei busca otras formas de distracción: se trata de apartar la vista del pueblo iraní de su penuria económica mientras la élite revolucionaria acumula dinero en Dubai y en Suiza.
A finales de 2011, Irán es a todas luces la guerra que aún no ha empezado de los conflictos abiertos del mundo. Porque abiertos siguen los enfrentamientos en Irak y Afganistán a pesar de que oficialmente Occidente está anunciando su fin. Irak, con la división entre suníes y chiíes que explota Al Qaeda: 65 muertos y más de 200 heridos en el atentado de la semana pasada para celebrar la salida de las tropas de EEUU.
Afganistán, con su difícil entendimiento con los talibán. Dos años antes de salir del país, EEUU se desgañita por facilitar la inclusión de los talibán en el Gobierno. Esta semana se ha anunciado la apertura de una oficina talibán en Qatar para iniciar negociaciones gracias a la intermediación de Washington y de Berlín. El principal escollo: la Constitución afgana, que defiende los derechos de las mujeres, y que los talibán se niegan a aceptar. Para eso fuimos a la guerra.
Es difícil hacer una estimación numérica exacta del coste humano y económico de las guerras de George W. Bush. Ahí van algunos números: unos 250.000 muertos civiles y otros 10.000 militares, además de una factura de cuatro trillones de dólares. Con este balance y unas elecciones presidenciales en ciernes, resulta más fácil aventurar que en 2012, Barack Obama tendrá escaso apetito para iniciar una nueva guerra.
Si en su lugar se ve obligado a hacerlo Israel, soplan vientos radiológicos en la región. El Estado judío no permitirá una potencia nuclear que lo amenace. Ya lo ha hecho antes. En 1981 en Osirak (Irak) y en 2007 en Al Kibar (Siria). Si este año se decide por Bushehr (Irán) o si los iraníes atacan la histórica central nuclear de Dimona, las consecuencias serían devastadoras.
ana.romero@elmundo.es
Icono gay
«SOY UN LIENZO en el que otros pintan su idea de belleza», ha dicho Scarlett Johansson a cuento de no se qué. Si lo que pretende la actriz es restar importancia a su físico, peor para ella. Johansson es una sex symbol y su belleza se ha reafirmado al compás de su talento, proceso que en el caso de muchas sex symbol suele ser inverso, pues las guapas siempre han tardado mucho en demostrar que no son tontas. Empiezan quitándose la ropa en los casting y terminan protagonizando reportajes monotemáticos para el alivio masculino en soledad. Hasta que alguien les ofrece un papel de reparto y la crítica descubre que tienen una mirada hermosa y desamparada.Pero las sex symbol han evolucionado en estas últimas décadas. Una mujer con sed de pantalla ya no necesita ejercer de meritoria en la playa de Cannes, haciendo eses con el cuerpo y reproduciendo las muecas rubias de Jayne Mansfield. Hoy, las falsas rubias tienen mal pronóstico, aunque en España, el país con más porcentaje de rubias de la UE, las mujeres todavía se pintan el pelo por dar gusto a las fantasías masculinas.
Las sex symbol de última generación tienen menos contorno de pecho y más de cabeza. Ellas no se han visto abocadas a interpretar el papel de mujeres objeto, como las guapitas del viejo star system. La mujer objeto germinaba en la mente del macho man y, por extensión, en la de esa población femenina que copiaba de las estrellas el corte de pelo y el largo de la falda. Una sex symbol era un modelo a imitar, y todas las mujeres que imitaban a Marilyn o a la Bardot eran también sex symbol (espúreos, pero lo eran). La expresión tiene pues una carga tirando a positiva. Mientras alguien, siquiera de puertas para adentro de la alcoba, nos llame sex symbol, todo va bien. Lo malo es cuando empiezan a llamarte icono gay. Entonces ya no hay remedio. Demasiados hombres utilizan ahora la expresión icono gay para calificar a mujeres que por sus condiciones objetivas (edad, peso, etc) resultarían incalificables para el común de los hombres heterosexuales. En cambio, los gays hacen manifestaciones de coleguismo propias de una ONG y llaman icono gay a Liz Taylor (no la de Cleopatra sino la de 80 tacos, patética y armada de joyas hasta los dientes), a Lady Gaga, a Sarítísima o a Cher, esa que se dejó las costillas flotantes en el quirófano.
Yo, que nunca he aspirado a sex symbol, espero que la vida no me obsequie en mi vejez con la banda de icono gay. Antes muerta.
Gide/Barthes, maestros perversos
J. Benito Fernández (biógrafo de Leopoldo María Panero y de Eduardo Haro Ibars) acaba de publicar en Montesinos un librito muy ameno y de grata lectura sobre dos santones de la literatura francesa que, al pronto, pocos unirían: Gide/Barthes. Cuaderno de niebla. En efecto, yo mismo que los he leído con devoción (antes a Gide, naturalmente) y que conocí a Barthes poco antes de su accidental muerte, no habría caído en unirlos… Ambos nacieron en noviembre, ambos padecieron tuberculosis en su juventud, ambos tuvieron una madre protectora y dura… Pero uno fue un narrador y el otro un ensayista que sólo al fin de su vida (algo cansado de la semiología) tenía ganas de una novela que no llegó. Sus apuntes narrativos se quedan en el misceláneo volumen póstumo Incidentes (1987) donde por vez primera narra sus aventuras sexuales con chicos en el norte de África. Como el joven Gide, claro. Pero, ¿es eso bastante?
Gide (1869-1951) fue una figura capital en la primera mitad del siglo XX. El rostro más moderno de la libertad absoluta. Liberador, individualista, comunista un tiempo y anticomunista después cuando vio la dictadura del proletariado, optó por revelar su vida homosexual (pederástica a lo griego, diríamos hoy) y cantó todos los himnos libérrimos, empezando por su hermoso libro Los alimentos terrenales (1897) que algo debe a la pagana figura de Wilde. Gide escribió: «¡Familias, os odio!». Buscó con Lafcadio Wluiki, su personaje, «el acto gratuito». Y sin ser surrealista fue más lejos. Homosexual declarado, anticolonialista, intelectual comprometido, premio Nobel en 1947. Muere en santidad laica y deja un telegrama para su amigo Mauriac (ferviente católico): «Peca. No hay Infierno». Fue el gran «maestro de pecar» -maître à pècher, algo muy francés- de varias generaciones.
Pero Roland Barthes (1915-1980) -aunque su primer trabajo fuera sobre Gide, al que admiraba- fue un homosexual oculto, armarizado casi toda su vida, que resultó la de un intelectual subversivo sólo en sus métodos estructuralistas o semiológicos de investigación, como se ve en un libro sobre Sarrasine de Balzac, como fue S/Z de 1970… Sólo cuando empezaba a envejecer, en sus últimos libros, más personales y literarios (menos estrictamente científicos), muestra la oreja el gatito travieso que, anónimamente, iba los veranos magrebíes con chicos árabes…
¡Ah, la liberal grandeza de Francia! Todo se perdona a un gran hombre de letras. Barthes fue un maestro subversivo de la metodología y por ello de la sociología y sus mitos, pero nunca fue el pecador con los libros en el Índice católico que fue Gide, al que le gustaba (mirada honda, bella cabeza casi calva) que vieran en él «signos demoníacos», como decían los bienpensantes de los años 20…
Con tantos rasgos unitivos, quizás hay algo muy fuerte que separa la grandeza de Gide de la de Barthes. Gide vive tiempos que están rompiendo siglos de represión y tienen inaudita sed de libertad; Barthes (al contrario) vive tiempos que ya se creen libres, pero donde el fracaso de varias utopías, comunistas o libertarias, nos ha devuelto, soterrado y por ello más capcioso y peor, el viejo miedo a la libertad que diagnosticó Eric Fromm… Barthes tuvo miedo a ser libre (si no era en la cátedra) mientras que Gide se sobrepuso al miedo social para ser mucho más libre. ¡Maestro de pecar, falta nos haces!
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